Mis ojos se volvieron inservibles ante la sangre que brotaba de tu tierno corazón, me libraste de tantos malos al derramarle sobre el suelo. Moriste, y contigo te llevaste mi tristeza, así como mi alma y todo lo que abarcaba mi ser, ahora tendré que recobrar mi alma de manos de otra inocente figurilla femenina, una más frágil, más endeble, más capaz de poder sobrellevar en su inocencia aquella carga que significa el entender la complejidad de mi pensamiento, y los restos del que me imprimiste.
Aquí te quedarás, en un simple recuerdo terrenal, que se esfumará con el primer viento invernal que se
avecine, y por primera vez en mucho tiempo me volveré a sentir libre y deseado en esta fauna tan salvaje.
Desearte el bien sería como desear que estuvieras conmigo, y simplemente ya no posees ese privilegio de carácter puro.
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